Batalla de los Dos Soles

En el año 3.732, durante la última Gran Guerra, sin dudas la época más oscura de la historia del continente, la “Batalla de los dos soles” tuvo lugar en el único puente que une los países de Sitnor y Pyebra.
Sobre el Río Seco, el límite natural que separa ambos países, en el último tramo de este y en donde es más ancho, está ubicado el robusto y amplio puente negro, llamado así ahora por el color de sus piedras. Pero antes de dicha batalla, las piedras que lo componían eran blancas como la nieve, traídas de las canteras de Morrau miles de años antes.
El día en que los dos soles iluminaron la tierra, los ejércitos de Pyebra por un lado y la alianza que habían formado Tesar y Sitnor por el otro, se encontraron en una de las batallas decisivas del conflicto.
Después de una agotadora jornada en la que lograron hacer retroceder al diezmado ejército pyebrano hasta más allá de sus fronteras, los ejércitos aliados estaban en territorio de Sitnor preparándose para dar sepultura a sus muertos, cuando los refuerzos de Pyebra llegaron para continuar con la invasión.
Los aliados, avisados por los vigías, regresaron a buscar sus armas y cruzaron el puente por segunda vez. Eran superados en número por el ejército de Pyebra y sus magos estaban causando estragos entre las filas aliadas, que estaban en desventaja en ese aspecto, ya que el grueso de los magos de Tesar, los más poderosos de Thoria, se encontraban en camino desde Sitnor. La invasión se había adelantado, desbaratando los planes de mantenerlos en territorio pyebrano.
Sin embargo, al promediar la tarde, llegaron los refuerzos desde Sitnor y fueron capaces de repeler el avance y devolverlos al otro lado del puente. Cuando parecía que finalmente habían conseguido rechazarlos, los soldados pyebranos se reagruparon y se habían preparado para cruzar el puente una vez más.
Entre los magos de Tesar, se encontraba uno llamado Ogdev Wrognia, apodado “Mano de Fuego”, el más grande Maestro de los elementos jamás conocido en la historia documentada del continente, que abarcaba en ese entonces más de 3.500 años. Al ver que las oportunidades que tenían de rechazar un nuevo ataque eran casi nulas, y ante el peligro que significaba que Pyebra cumpla su propósito de llegar a Sitnor, Mano de Fuego pidió a la mitad de los más de cincuenta magos que lo acompañaban que lo asistan a él, todos juntos y en el mismo momento. El resto, por otra parte debería crear un escudo para proteger a los soldados y a ellos mismos. Sin comprender en lo absoluto sus propósitos, los magos obedecieron al Maestro y él fue capaz de crear y manipular una esfera de fuego de tamaño descomunal.
Ante la mirada atónita de todos, tanto de soldados como de magos, Mano de Fuego elevó su creación cientos de metros por encima de ellos, y esta iluminó los alrededores como si el mismísimo sol que veían a diario hubiera vuelto sus pasos atrás y hubiera regresado a su punto máximo siendo que, en realidad, el verdadero Astro estaba acariciando el horizonte, como si aún no quisiera marcharse.
Después de unos pocos minutos, Mano de Fuego gritó una orden y los magos que debían crear el escudo hicieron su trabajo. Él dejó caer sobre el puente, por el que estaban cruzando las tropas de Pyebra, el segundo sol, acabando así con todos ellos en ese instante.
Los soldados aliados, a los que no tuvieron tiempo de avisar lo que sucedería, huyeron sin saber que ellos no saldrían heridos.
Según las historias que se contaron en los años siguientes, los pobladores de las aldeas cercanas al puente recuerdan de esa tarde un sol que caía lentamente en el oeste, mientras que otro se elevaba por unos minutos haciendo que todo se iluminara, para luego caer con la velocidad de un rayo, causando un gran estruendo y espantando a los animales. Las casas de barro temblaron y algunas de ellas, las más antiguas, se desplomaron por completo.
Así han documentado esa batalla aquellos que sobrevivieron a ambos lados del puente y así es como lo contaron los aldeanos y los soldados que vivieron de cerca la “Batalla de los dos soles”. 

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