Primer viaje

 —¿Ya duermes? —susurró Ogdev. Como su compañero no respondió, estiró la mano y tocó el pie de Egil. El muchacho se sentó, sobresaltado—. Perdón, me pareció haber oído voces.
—Yo escuché voces anoche, pero nada sucedió. Me quedaré vigilando, puede que estén siguiéndonos.
—Si anoche no dormiste y hoy tampoco lo haces…
—No te preocupes y descansa. Quizás tengas que guiar mi caballo mañana —Egil se puso de pie y estiró los brazos sobre su cabeza. Luego, puso algunas ramas secas sobre las brasas, reavivó el fuego y, cuando las llamas se apoderaron de ellas, colgó sobre la fogata una olla con agua, en la que había puesto unas hojas secas. Cuando el agua comenzó a hervir y la infusión estuvo lista, sirvió una taza y se sentó contra el tronco de un árbol caído.
—¿Egil? —El muchachito se envolvió en la manta y se sentó. Su rostro estaba pálido y su voz no sonaba como de costumbre—. ¿Y si nos atacan?

—Nos defenderemos —respondió con una sonrisa, para tranquilizar los nervios que mantenían despierto a Ogdev—. Tienes cuatro años menos que yo y ya casi has finalizado los entrenamientos más avanzados. Solo debes recordar lo que nos han enseñado y verás que todo estará bien.
—¿Y si no puedo recordar nada?
—Entonces te quedarás detrás de mí. Pero si ves que no tengo posibilidades, tomarás un caballo y huirás hasta el próximo poblado.
—Sería un cobarde si te abandono.
—Serías un cadáver si no puedes defenderte, Ogdev, y yo prefiero que vivas. Alguien tiene que cuidar al gato negro, y tú le caes bien —el muchachito sonrió y recibió la taza de bebida caliente que su compañero le ofreció.
Permanecieron en silencio por varios minutos y el muchachito se acercó a Egil cuando terminó su bebida. Se sentó a su lado y murmuró:
—Detrás de nosotros. Cuatro personas entre los árboles.
—Cierra los ojos.
Ogdev obedeció y Egil se puso de pie, como si nada sucediera, rodeó el tronco y caminó algunos metros entre los árboles. Cuando escuchó que alguien se movió, juntó sus manos y una esfera de luz blanca, tan pequeña que apenas era visible, apareció entre ellas. Levantó las manos sobre su cabeza, como si estuviera estirándose nuevamente y, cuando vio movimiento frente a él, separó los brazos La esfera creció hasta envolverlo por completo a la velocidad que sus manos se separaban y escuchó las quejas de las personas que habían estado acechándolos. Cuando terminó el hechizo, miró a su alrededor y vio que Ogdev no estaba.
—¿Qué quieren de nosotros? —preguntó Egil, pero alguien lo sujetó desde atrás y puso un filo en su cuello.
—Visten ropas costosas y sus animales están bien cuidados, alguien pagaría una buena cantidad de monedas por verlos otra vez —dijo la mujer que lo sujetaba—. ¿Dónde está el niño?
—¿Cómo podría saberlo? Ustedes son los que nos observan.
Ogdev apareció en ese instante frente a ellos. Tenía los ojos encendidos como la lava de un volcán y una extraña sonrisa en el rostro. En una de sus manos tenía un cuchillo y en la otra una espada.
—Suéltalo —dijo mirando a la mujer.
—Ogdev, los demás —dijo Egil en la mente de su compañero.
—Esta sola, eran sombras que desaparecieron en cuanto iluminaste el bosque.
—¿Y dejar escapar mi recompensa? No sueñes con eso, niño.
La mujer golpeó las piernas de Egil y el muchacho cayó de rodillas, pero antes de poder hacer algo más, le golpeó la cabeza con la empuñadura de su arma y Egil se desplomó en la húmeda hierba.
Los ojos de Ogdev se apagaron y su rostro volvió a perder el color. La mujer se acercó a él, tocó su espada con la suya, pero él no fue capaz de reaccionar y su arma se deslizó hacia el suelo. La mujer rio y terminó de desarmarlo, quitándole el cuchillo.
—Vaya, qué fácil ha sido esto —dijo sonriendo y ordenó—: Date la vuelta
Como el muchachito no respondió, la mujer lo tomó de los hombros y lo hizo girar. Sujetó sus manos y vendó sus ojos, de forma que no pudiera hacer uso de sus poderes. Lo obligó a arrodillarse y luego se acercó a Egil.
Cuando lo tomó de las manos para sujetarlas juntas, Egil abrió los ojos y se sentó de repente, golpeando la nariz de la mujer con su frente.
—Maldito seas —exclamó y se llevó las manos al rostro, para curar la herida que había comenzado a sangrar.
Egil corrió hacia Ogdev y le quitó la venda de los ojos antes de desatar sus manos. En el momento en que ambos se pusieron de pie, vieron que los ojos de la mujer brillaban como plata bruñida y tenía las manos levantadas. Ogdev tomó la mano de Egil y la apretó con fuerza.
—Quédate detrás de mí —dijo y Ogdev lo soltó—. Por favor, Señora, no haga esto. Puede marcharse ahora y nadie sabrá lo que ha ocurrido.
La mujer rio cuando, desde sus manos, salieron ráfagas de aire. Egil levantó sus manos, para evitar que el viento los alcance y los árboles que había a sus lado cayeron por la fuerza del impacto. Ogdev, que parecía haberse recuperado, su puso al lado de su compañero y levantó sus manos también.
—Yo me encargo, acaba con ella.
Egil sintió que su escudo no ofrecía resistencia, por lo que agitó las manos y de ellas salieron dos cadenas de plata que se enroscaron en las piernas de la mujer y comenzaron a trepar por su cuerpo como si fueran serpientes. Ella sonrió las cadenas huyeron de su cuerpo y regresaron a las manos de Egil, como si se tratara de animales heridos. La mujer devolvió el ataque y de la tierra bajo los pies de Egil surgieron lo que parecían ser dos manos de barro que lo aprisionaron y lo hicieron caer.
El muchacho vio que Ogdev apareció detrás de ella y puso ambas manos a los lados de su rostro.
—Libéralo ahora.
La mujer volvió a reír y Egil comenzó a ser engullido por la tierra. De las manos de Ogdev surgieron rojas llamas y él las posó en las mejillas de la mujer, que gritó de dolor y frustración. Su cabello se encendió como una antorcha y se arrojó al suelo, mientras sus manos intentaban apagar las lenguas de fuego que comenzaron a tomar la capa que llevaba sobre los hombros. Ogdev corrió hacia su compañero y lo ayudó a salir de la prisión de barro que lo mantenía en el suelo. Una explosión terminó convirtiendo el cuerpo de la mujer en un puñado de cenizas.
—¿Qué he hecho? —murmuró Ogdev. El muchachito cayó de rodillas junto a Egil y este le tomó el rostro con las manos.
—Me has salvado la vida —dijo. Lo abrazó y sintió que Ogdev temblaba.
—Y, además, ambos han pasado esta prueba. —La mujer que los había atacado salió desde detrás de un árbol. Vieron con asombro que el rostro desconocido se transformaba en el de su Maestra—. Felicitaciones, Señor Egil Zvezda. Usted estuvo asombroso, Señor Ogdev Wrognia. Pueden continuar su viaje hacia Morrau. Los veré cuando finalice el próximo invierno.
La Maestra desapareció frente a sus ojos sin darles siquiera tiempo a responderle.
—¡No he matado! —exclamó Ogdev y dio un salto.

Comentarios

Miguel A. Ayala ha dicho que…
Excelente texto, logró atraparme de principio a fin.

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