Bautismo de Acero - Capítulo 29
Eric corrió hasta unos metros
antes de llegar a la Plaza. Se detuvo y respiró profundamente varias
veces para recomponerse; se miró y vio que tenía las manos llenas
de sangre. Caminó hasta un bebedero, y se enjuagó los brazos. Se
secó en su ropa mientras seguía caminando hasta el centro de la
plaza, desde donde podría buscar al señor Rob. Lo encontró junto
al señor Aníbal, ambos con expresión seria, disimulando mal su
preocupación si alguien se les acercaba. Se dirigió hacia ellos sin
perder tiempo. Un grupo de risueñas señoritas intentó llamar su
atención, pero él solo sonrió y siguió su camino.
—Señores,
todo ha salido bien. —Les dijo ni bien llegó a ellos. Los dos
relajaron los hombros, y respiraron aliviados—. Vengan conmigo.
El pequeño grupo dejó la
celebración lo más discretamente posible.
—En
realidad, y en palabras del Señor Quentin, es un maldito desastre
—dijo ni bien se alejaron del gentío—, pero los muchachos están
bien dentro de todo, y Almairon ha sido capturado vivo. Herido, pero
vivo.
—¿Quién
lo hirió? —Quiso saber el Gobernador.
—Noah.
—¿Noah?
—dijeron a coro.
—El Señor
Noah, disculpen —Eric bajó la cabeza.
—No es
eso, oficial, pero Noah ni siquiera sabe tener una espada entre sus
manos —dijo el asombrado padre.
—Se
sorprendería, Señor. Es muy capaz, solo está un poco oxidado.
—¿Qué
ha sucedido? ¿Los muchachos como están? —preguntó el Gobernador.
—El Señor
Josh, ha
sido otra vez
herido —dijo Eric mientras el Gobernador asentía, luego agregó—. Y no lo culpo, no estaba listo, aún no ha terminado de sanar por
completo. Fue muy arriesgado de su parte involucrarse. Ha tenido
suerte de que solo haya recibido un corte en el abdomen, lo he
llevado a mi casa para que mi hermana lo atienda. Asumiré las
consecuencias que crean convenientes por sus heridas. Fue muy
imprudente de mi parte no socorrerlo. Debí evitar que se exponga.
—Habrá
tiempo para eso —dijo el Gobernador.
—No vi
que el Señor Quentin haya sido herido...
—Bendito
sea ese muchacho —dijo el Gobernador.
—…pero
la zona está oscura. Es un honor luchar junto a alguien como él.
Además, es un gran muchacho. Y nunca pierde la cabeza. El Señor
Noah… —dudó antes de decirlo—, es diferente.
—Dímelo
a mí —acotó Rob.
—Estaba
bastante aturdido. Creo que los últimos movimientos los hizo sin
siquiera saber qué hacía.
—Los
dioses han sido buenos con nosotros —dijo Aníbal mirando al cielo.
Los hombres continuaron el
resto del camino en silencio, mientras Eric los guiaba, y a los pocos
minutos habían llegado al lugar del enfrentamiento.
Quentin y Noah estaban
sentados en el banco. Almairon atado e inconsciente frente a ellos.
—Mis
muchachos —dijo Rob apenas los distinguió en la oscuridad. Corrió
hacia ellos y Quentin fue a su encuentro cuando los vio.
—Es un
desastre padre. Al final, todo salió mal. Han muerto tres hombres
—balbuceó.
—Tres
malditos granos en el trasero menos, muchacho —dijo el Gobernador
acercándose a ellos.
—Josh
está herido nuevamente y Noah… bueno, no se qué le sucede —dijo
mirándolo apenado.
Noah aún seguía sentado,
ignorando lo que sucedía; las mangas de su camisa estaban rasgadas y
manchadas de sangre. Su padre se acercó a él.
—Noah
¿Cómo te encuentras?
El mayor de sus hijos lo miró
con ojos inexpresivos, sin decir una palabra.
—Deberíamos
sacarlo de aquí, llevarlo a casa —dijo Quentin.
—Tienes
razón, lo llevaré. Enviaré a que retiren los cuerpos y se lleven a
Almairon a una celda.
—Ve,
cuando limpien aquí iremos por Josh —dijo el Gobernador.
—Señor
Aníbal, vaya usted también. El Señor Quentin y yo nos
encargaremos.
El Gobernador asintió. Rob
tomó a Noah del brazo y el muchacho se puso de pie.
—Vamos,
hijo, iremos a casa.
Los tres partieron, caminando
lentamente, y se perdieron en la oscuridad.
Eric se dirigió hacia el
sujeto que había dejado inconsciente y lo arrastro hasta donde
estaba Almairon, sacó una soga de su bolsillo y le ató las muñecas
en la espalda. Poco tiempo después, llegaron los soldados con una
carreta para llevarse los cuerpos de los hombres de Almairon. Los
soldados recogieron los cuerpos y dejaron el lugar sin decir una
palabra. No pasó mucho hasta que llegó otra carreta, esta vez era
la que llevaría a los prisioneros a los calabozos.
—Lo
acompañaré hasta mi casa, y luego iré a vigilar a Almairon. Ese
maldito no se escapará de nuevo, Señor.
Quentin se puso de pie y, sin
decir palabra, caminó junto al enorme oficial. Se permitió por unos
momentos volver a sentirse como un niño pequeño, agotado y
confundido.
—Gracias
por lo que has hecho, Eric, eres un gran hombre.
—Es un
gusto,
Señor. Haré lo posible por estar junto a usted cada vez que me
necesite, si usted me lo permite.
—Los
dioses quieran que estés a mi
lado cuando te necesite, Eric. No podría pedir nada más que saber
que siempre será así.
—Y si los
malditos dioses no quieren, me los llevó
al infierno a conocer a mi padre,
Señor. —Quentin rio y el oficial le palmeó la espalda.
Al llegar a
la casa de Eric, éste abrió la puerta y lo guio hasta la
habitación donde había dejado a Josh, que ya había vuelto a
despertar, se lo veía pálido y sudoroso; la hermana de Eric era una
de las enfermeras de la Fortaleza y había atendido sus nuevas
heridas. Al verlos llegar, el Gobernador se puso de pie y dejó
la habitación
junto a Eric.
—¿Cómo
te sientes?
—Me duele
todo, pero sobreviviré.
—Qué
gran susto me has dado —dijo Quentin aliviado, parecía que sus
heridas no eran tan graves, al final.
—¿Y
Noah? ¿Qué pasó con él?
—Se
abatió con Almairon, con una de las espadas de Eric, ¿puedes
creerlo?
—Soy
capaz de creer en cualquier cosa en estos momentos…
—… y lo
hirió, al final creo que le sacó un ojo. Cuando llegué a él me
dijo “¿Has visto? Saldamos la deuda”, pero estaba bastante
aturdido, incluso creo que no lo recordará
una vez que se reponga de la impresión.
—Mierda,
lo rebanaría en mil partes si pudiera.
—¿Sabes
que es lo peor? Qué solo cumple órdenes. Lo que significa que hay
más como él e incluso pueden ser peores que él. Y a eso, súmale
los magos.
Josh estaba por decir algo
cuando su padre regresó a la habitación; ya tenía todo listo para
llevarlo de nuevo a la enfermería.
—Un solo
día afuera… ¡uno solo! —Se quejó el muchacho cuando ingresaban
a la habitación, que esta vez compartiría con Noah.
—No seas
llorón,
solo serán un tiempo —dijo Quentin. El Gobernador lo miró con
el ceño fruncido, pero
luego rio a carcajadas.
—Disculpe,
Señor, yo no…
—Muchacho,
muchacho —dijo mientras le ponía una mano en la espalda—, ustedes me recuerdan a tu padre y a mí cuando éramos jóvenes.
La enfermera terminó de
revisar los vendajes de Josh y dijo que permanecería ahí un par de
días, principalmente porque no se fiaba de él. Luego de oírla, el
Gobernador se disculpó, debía regresar a la fiesta. Noah dormía en
la cama de al lado, le habían limpiado y vendado las heridas. A Josh
también le habían dado una poción de sueño, que pronto haría
efecto y Quentin permaneció junto a ellos hasta que sus párpados se
cerraron. Luego, fue a su casa a asearse y regresó a la fiesta.
Encontró a su familia en la
carreta, Ara tenía a Astor en brazos, sus padres estaban conversando
algo alejados de ellos.
—Ara
¿Cómo estás?
—Más
tranquila ahora. Gracias por lo que hicieron.
—Eres
nuestra hermana ¿no? Nadie toca a nuestra hermana— dijo Quentin
abriendo mucho los ojos y haciendo muecas; Ara reía.
—¿Noah
cómo está? No quieren decirme nada, pero se que algo le ha ocurrido
—dijo indignada.
Quentin se sentó a su lado y
le contó todo lo que había sucedido desde que apareció Almairon en
la ciudad. La niña estaba muda de asombro.
—Mañana
podrás visitarlos, no despertarán hasta entonces. —Le dijo al
finalizar.
—¿Sabes?
—Dijo después de un rato—. Una joven que trabaja en casa del
Gobernador vino a hablarme luego de que ustedes se fueron. Me
preguntó por Noah al final de la conversación; no por mis hermanos,
solo por él. —La niña rio—. Parece que Noah tiene una
enamorada.
—Enara…
Noah estará muy contento. Por ella se emborrachó de muerte.
—¡Pobre
hermano! —dijo apenada.
—Deberíamos
decirle que lo visite mañana.
—No creo
que sea conveniente, aún no han hablado, su reputación…
—Ara,
sabemos que los dos…
—No,
Quentin. Deja que él salga de la enfermería y la corteje, como debe
hacerse. ¿Qué pasaría si sus padres no lo aceptan? Sería horrible
para los dos.
— ¿Cómo
no van a aceptarlo? ¡Es un héroe! Ya regreso —dijo y se echó a
correr, dejando a su hermana con expresión de asombro y confusión.
Si querían que algo se
supiera, debían contárselo a los soldados. En cuestión de horas,
toda la ciudad lo sabría y quizás con más detalles de los
necesarios. Eso lo llevó a ir a hablar con el oficial Conrado, para
contarle lo que había pasado esa noche. Si todo salía como él lo
esperaba, la noticia llegaría también a oídos de la familia de
Enara y… ¿Quién no querría tener a un héroe en su familia?
Quentin
regresaba sonriendo, luego de haber encontrado al oficial con un gran
grupo de hombres; debía contarle a Ara lo que había sucedido.
Iba caminando distraído entre la multitud que se había congregado
frente a las carretas de adornos y chucherías, cuando de repente le
pareció que la tierra temblaba bajo sus pies. Se sintió mareado y,
en su pecho, una extraña sensación que le aturdía los sentidos y
le quitaba el aire de los pulmones; el corazón le latía con tanta
fuerza que parecía que en cualquier momento saldría disparado entre
sus costillas. Caminó
con
dificultad
entre la gente, sin que nadie notara el malestar que sentía. Rodeó
las carretas y apoyó la espalda en la parte trasera de una de ellas,
luchando por respirar. Cerró los ojos, intentando serenarse para
poder regresar junto a su hermana. No era en esos momentos capaz de
asimilar la magnitud de sus emociones, ya que se parecía a la
alegría que sentía al mirar “su” estrella, pero de una forma,
por lejos, mucho más intensa.
—¿Te
encuentras bien? —Una dulce voz habló frente a él.
Quentin
abrió los ojos despacio,
pues los párpados parecían pesarle toneladas.
Una muchachita de piel bronceada,
grandes ojos grises y cabello plateado estaba parada frente a él,
mirándolo con preocupación. Ella giró
la cabeza hacia un lado y, cuando su cabello se movió, Quentin vio
que el brillo de las esmeraldas de sus aretes se reflejaban en su
pelo.
Él pestañeó varias veces y ella sonrió. Tenía la sonrisa más
hermosa que jamás había visto.
—Creo... creo que sí. De repente he sentido algo extraño aquí —dijo
poniéndose la mano en el centro del pecho.
La
muchachita
puso su mano sobre la de él y la retiró enseguida. Quentin había
vuelto a sentir lo mismo que lo había aturdido minutos antes.
—¿Qué
me has hecho? ¿Qué- qué ha sido eso? —preguntó confundido.
—Yo- yo
no lo sé… yo también... Debo retirarme, con permiso —dijo y se
alejó corriendo.
— ¡Espera!
No te vayas —Quentin estiró
la mano para alcanzarla, pero ella se perdió
entre la multitud.
Los siguientes días los pasó
buscando a esa extraña muchachita de hermosos ojos grises, pero sin
suerte alguna.
Al cuarto
día Josh y Noah pudieron salir de la enfermería y el mayor de los
hermanos Guna fue recibido con aplausos por la población de Sitnor
en cuanto llegó a la fiesta. Al final, el plan de Quentin había
resultado como él había pensado y los padres de Enara no se
opusieron a que comiencen a tratarse con más seriedad.
La séptima
y última noche, cuando estaban dando cierre a las festividades,
Quentin vio una cabellera plateada entre la gente
que se arremolinaba frente al escenario.
Para desconcierto de Josh, su amigo se alejó sin decir una palabra.
—Te
encontré —dijo tomándola del brazo.
—¿Me
buscabas? —La
muchacha
dio la
vuelta y Quentin se quedó sin palabras al ver su sonrisa de nuevo.
Todo lo que había pensado y querido decirle se había borrado de su
mente con solo verla a los ojos—. Yo también te busqué, pero no
fui capaz de encontrarte.
Quentin abrió la boca para
hablar, pero no fue capaz de articular ninguna palabra. La muchachita
rio cubriéndose los labios con sus dedos.
—Me
siento muy ridículo. —Bajó la cabeza y resopló, rascándose la
nuca, avergonzado.
—Me
hubiera gustado conocerte sin que te sientas ridículo, pero ya debo
marcharme, ha sido un gusto —dijo tendiéndole la mano.
—Yo... yo
—Aún estaba tan nervioso que le
parecía que el cuerpo no le respondía.
Ella
se acercó y le tomó la mano, sin miedo esta vez.
Quentin
quiso correr,
como ella lo había hecho antes, pero al mismo tiempo, quería pasar
el resto de sus días viendo su sonrisa. Después de unos momentos,
le
pareció que
sus pies habían
abandonado el suelo y se
encontraba
flotando entre las estrellas que tanto amaba; excepto ella, lo demás
parecía haberse desvanecido en torno a ellos. Ya no oía el bullicio
de la fiesta que llegaba a su fin, no sentía el calor de la noche
veraniega de Sitnor, ni la suave brisa del norte, simplemente el
resto del mundo se había esfumado.
Ninguno de los dos parecía
querer terminar con ese extraño hechizo que habían logrado crear
cuando sus manos se tocaban. Permanecieron de la mano, mirándose a
los ojos, hasta que un niño pequeño de cabello igualmente plateado
apareció a su lado y Quentin regresó a la realidad con demasiada
rapidez.
—Ya
debemos irnos —dijo tirando
de la falda de la
muchachita. Ella comenzó a caminar, siguiendo al niño, pero sin
dejar que Quentin se fuera de su lado. A
dos calles de la plaza, el niño trepó por las escaleras de una gran
carreta y ellos se detuvieron un poco antes de llegar.
—Dime tu
nombre antes de irte —dijo Quentin cuando ella quiso soltar su
mano.
—Te lo
diré la próxima vez que nos encontremos.
Pensar en que se separaría de
ella sin siquiera conocer su nombre le produjo un gran malestar, como
si necesitara saberlo para poder seguir respirando.
—¿Y si
no…? —La desolación
de Quentin
debió haberse reflejado en su rostro, ya que la muchachita le apretó
levemente la mano y una sonrisa se dibujó en sus labios y en sus
ojos.
—Te
encontraré, ya verás —dijo sin dejar que él termine de hablar.
Quentin quiso protestar, pero ella no se lo permitió—. Te prometo que voy a encontrarte aunque me lleve toda la vida hacerlo. —Levantó la vista al cielo y señaló hacia arriba—, y con las
estrellas como testigo, te prometo que voy a encontrarte de nuevo.
—¿Lo
harás? —Quentin se sintió como un niño pequeño otra vez,
deseando escuchar una promesa que apacigüe su tristeza.
—Claro
que sí. ¿Esperarás por mí?
—Te
prometo que lo haré —dijo, sonriéndole por primera vez.
Ella se acercó y tomó su
otra mano, hizo puntas de pie y posó sus labios en su mejilla. Lo
miró a los ojos por unos segundos más, y luego se alejó. Quentin
se quedó en el mismo lugar, viéndola subir a una enorme carreta
adornada con soles, lunas y estrellas talladas en la madera de sus
paredes.
Sintió que
junto a ella, en sus manos, se había ido
parte de su corazón y todo lo que había tenido sentido para él
hasta ese momento. Solo había quedado un enorme vacío en su
interior. Un
enorme vacío y un destello de esperanza.
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