Bautismo de Acero - Capítulo 4
Un
crujido apagó los demás sonidos de la noche. De repente, el
atacante de Josh cayó de cara al piso levantando una nube de polvo a
su alrededor, con su cuello doblado en un extraño ángulo. Antes de
caer, la fina espada se escapó de su mano y se enterró en el muslo
de Josh. Lo único que podía oírse era la entrecortada respiración
de los muchachos y del sujeto que los había atacado.
Quentin
aprovechó ese momento de confusión y con todas sus fuerzas abanicó
su espada, cortando músculo y hueso por igual. La cabeza de su
atacante rodó por el suelo para mirarlo con ojos asombrados. Su
cuerpo permaneció unos breves instantes de pie y luego se desplomó
con pesadez, mientras la sangre salía a borbotones por la herida
abierta.
Al
verse libres de esos extraños, Quentin corrió hacia su amigo para
socorrerlo; vio que Josh tomó la hermosa espada entre sus manos
y la quitó de su pierna de un tirón haciendo una mueca, agrandando
aún más la herida que ésta había ocasionado.
Al
llegar a él, vio que muchas de sus heridas sangraban abundantemente.
Quentin sintió que sus sentidos le fallaban, no era capaz de ver con
claridad ya que parecía que un fino velo le cubría los ojos. Le
zumbaban los oídos y se le dificultaba mantener la estabilidad. Hizo
uso de toda su fuerza de voluntad para no desfallecer. “Piensa en
otra cosa, piensa en otra cosa. Estrellas… tu estrella. Josh te
necesita maldición, recupérate” pensó Quentin, mientras se
arrodillaba junto a él.
—¿Cómo
te encuentras? —murmuró.
—¿Qué
demonios ha pasado? —El rostro de Josh estaba pálido y sudoroso,
contraído por el dolor.
—No
lo sé. Yo tampoco entiendo que ha sido todo esto.
—Si
nuestros padres querían asustarnos, se les ha ido la mano.
—Realmente
dudo que hayan sido ellos, estos tipos querían matarnos —dijo
revisándolo.
Josh
se miraba la pierna, mientras sus manos cubiertas con su propia
sangre presionaban la herida de su vientre. Quentin se quitó la
camisa y comenzó a romperla en tiras para vendar alguna de las
heridas de Josh.
—¿Qué
fue lo que le sucedió? —preguntó Josh cuando Quentin terminó de asegurar las vendas, mientras miraba el cuerpo del hombre con el que
se había enfrentado.
—No
lo sé, parece que se le rompió el cuello —dijo poniéndose de pie
con algo de dificultad y pateando al cuerpo que yacía cerca de él.
— ¿Q, te encuentras bien? —preguntó Josh al verlo tambalearse. “Q”
era la forma en que Josh llamaba a su amigo algunas veces.
—Sí,
solo que me he sentido algo mareado. Estaré bien —dijo fingiendo
una sonrisa.
—¿Cómo
sucedió? —preguntó Josh luego de unos momentos—. No entiendo,
nadie lo tocó.
—Yo
tampoco entiendo, pero mejor que así haya sido —dijo
tendiendo la
mano para ayudar a Josh a ponerse de pie . —Ven, vámonos de
aquí antes que vengan más.
Josh
frunció el ceño al levantarse.
—¿Dónde
está la escolta?
—Espero
de corazón que los hayamos perdido al pasar los muros, el
decapitado dijo que les habían dado muerte. Sujétate del poste
unos momentos. —Quentin se alejó corriendo hasta donde habían
caído las capas de los sujetos—. Deberemos tratar de no llamar
demasiado la atención. —Le dijo mientras le colocaba una de
las capas sobre los hombros. Ante la mirada de desconcierto de Josh,
Quentin prosiguió—. Estás muy herido, tu camisa está empapada en
sangre y yo ni siquiera llevo una.
—¿Tienes
algo de valor? —Preguntó Josh súbitamente.
—La
espada solamente.
—¿Ni
monedas, ni una cadena?
—Nada
de eso, pero no creo que sea momento para hacer compras, Josh.
—Calla,
que me duele al reírme —dijo sosteniendo las heridas de su
abdomen—. Deberíamos conseguir una botella de vino o algo por el
estilo. No puedo caminar sin que me sostengas, es mejor que nos vean
borrachos y no que hagan preguntas incómodas.
—Buena
idea, hay una taberna cerca de aquí, podría dejar mi espada.
Vuelvo enseguida.
—Voy
contigo, no pienso quedarme a esperar los refuerzos de estos
malditos.
—Espera
entonces, voy a limpiar este desastre así no debemos regresar —dijo
Quentin corriendo a buscar la carreta. Al regresar, se detuvo a mitad
de camino para recoger al que fue su adversario; primero subió
el cuerpo decapitado y el estómago se le revolvió cuando levantó
la cabeza. En esos momentos, sentía que sus ojos abiertos podían
ver todo su interior, sus pensamientos e incluso su malestar. Aun
así, no se detuvo a pensarlo demasiado e hizo un par de pasos más
hasta que llegó al otro cuerpo. Con gran esfuerzo y algo de ingenio,
logró subirlo junto a su compañero. Tiró de la carreta hasta
ocultarla en un pequeño callejón. Un gato resopló y huyó saltando
entre la basura que se acumulaba en todas partes.
Al
retornar junto a Josh, Quentin vio que se acercaba un hombre que
parecía bastante borracho, con una botella en cada mano. Cuando
estaba a pocos pasos, salió a su encuentro.
—Hola
buen hombre —dijo arrastrando las palabras.
—¡Hermano!
—dijo el borracho abriendo los brazos.
Quentin
se sorprendió pero, en un esfuerzo, lo imitó abalanzándose
sobre él para abrazarlo, y aunque apestaba como los mil demonios,
Quentin lo retuvo unos momentos junto a él.
—Hermano,
ya no tenemos dinero —dijo Quentin fingiendo tristeza—. ¿Me
cambiarías una de tus botellas por mi espada?
—¿Qué
clase de hermano sería si me niego? —preguntó
examinando la espada que Quentin le ofrecía con ojo crítico y
dándole una de sus botellas al muchacho.
—Gracias
hermano —le dijo, abrazándolo por
segunda vez—. Me gustaría recuperarla ¿Cómo podré encontrarte? Te pagaré bien.
Quentin
se llevó la botella a los labios y bebió un gran sorbo de vino. El
líquido tibio le produjo un cosquilleo en la garganta. Le ofreció
la botella a Josh, pero éste la rechazó negando con la cabeza.
—Te
buscaré, hermano —dijo dando media vuelta—. Por cierto, ¿quiénes
son ustedes?
Quentin,
luego de mirarlo a los ojos por unos segundos, sintió que podía
confiar en él.
—Mi
nombre es Quentin y él es...
—…
Joshua. —El borracho terminó la oración—. Mis Señores,
disculpen —dijo tratando de hacer un gesto de respeto, que
resultó más cómico que respetuoso—, no puedo aceptar su espada,
me metería en problemas si alguno de los guardias me viera con
ella. No podría decirles que los Señores me la cambiaron por vino
barato. No, no ¿Y qué dirían sus señores padres? No, no, de
ninguna manera. Los señores tienen derecho a emborracharse sin
ser descubiertos, si, si.
—Fuimos
atacados —dijo Josh perdiendo la paciencia y abriendo parte de
la capa para mostrarle el estado de su camisa, cubierta de manchas de
sangre—, necesitamos parecer
borrachos para que nadie note esto.
—Llévate
la espada —insistió Quentin—, y mañana preséntate en la
guardia. Nuestros padres sabrán lo que pasó, podrás devolver la
espada y recibirás una recompensa.
—¿Qué
clase de hermano sería si los dejo ir solos? Conozco esta zona, es
peligrosa para alguien como ustedes a estas horas. Los acompañaré,
si, si.
Quentin
y Josh se miraron unos momentos y asintieron. El borracho se
colocó en medio de los dos y los abrazó sonriendo, les besó
la cabeza a ambos y se puso a cantar ruidosamente. Los muchachos
se miraron extrañados, pero luego
vieron
que se acercaban tres personas. Tratando de seguirle la corriente al
borracho, entre cantos improvisados, tropezones y risas fingidas, se
acercaron a las personas que venían caminando. Eran dos hombres
y una mujer con un niño en brazos. Uno de ellos los saludó.
—¡Eh
viejo lobo! ¿Disfrutando la noche?
—¿Qué
es la noche si no se la vive? —respondió el aludido sin
detenerse—. Mis sobrinos están aprendiendo. —Agregó sonriendo.
—¡Tú
sí que sabes! —Les gritó mientras se alejaba
—Menos
mal que no quiso acompañarnos —suspiró el borracho luego de girar
la cabeza para comprobar que no eran oídos. Su borrachera
parecía haber desaparecido—. Señor Joshua, su pierna está muy
mal —dijo deteniéndose y colocándolo entre él y Quentin. Josh
descargó aliviado todo su peso en ellos.
Después
de un buen rato de caminata, llegaron finalmente a la caseta de
guardia que resguardaba la entrada a la fortaleza. Los muchachos
se dirigieron hacia la entrada general, dos puertas enrejadas
que ocupaban todo el ancho de la calle. Al verlos llegar, uno de los
guardias salió de la caseta para impedirles la entrada.
—Somos
nosotros —dijo Josh mientras él y Quentin se quitaban las
capuchas, cuya sombra les ocultaban los rostros. El guardia hizo un
paso al costado.
—¿Y
el Señor? —Preguntó señalando con un gesto al borracho.
—Viene
con nosotros —respondió Josh.
—Los
esperan en el establo, jóvenes.
—Gracias
—dijo Quentin mientras cruzaban las puertas.
A
unos pocos pasos de la entrada, estaba el establo. Desde afuera
no se escuchaba ningún sonido y, de no ser por los faroles
encendidos dentro, parecía vacío.
— Por
todos los cielos... —dijo Rob al verlos entrar—. ¿Qué les
sucedió? ¿Dónde estaban?
Josh
se había quitado la capa al llegar al patio y su camisa estaba casi
cubierta de sangre por completo. Algunas heridas se veían, incluso,
a través de la tela rasgada.
—Por
los mil infiernos. ¿Qué te han hecho? —exclamó el Gobernador
saltando del cajón que había estado usando de asiento al ver a su
hijo atravesar las puertas del establo.
—Nos
atacaron, Señor
—dijo Quentin.
—¿Y
qué demonios le sucedió a su escolta? —El rostro del Gobernador
había enrojecido y unas gruesas venas se marcaron en su cuello.
—Nos
dijeron que habían muerto —respondió Josh apenado.
—¿Quién
demonios se atrevió…? —exclamó apretando los puños—. Malditos sean... ¿y el Señor es...? —dijo dirigiéndose al
borracho.
—Él
nos acompañó desde el lugar en que nos emboscaron y cuando supo
quienes éramos, no aceptó la espada de Quentin a cambio de una de
sus botellas de vino.
— ¿Para
qué demonios querían vino?
—Pensé
que sería mejor que nos vieran parecer borrachos a que me vieran
sangrando por todos lados, padre. Apenas puedo caminar.
—Ya
veo. Ve a que te limpien y curen esas heridas.
Quentin
se dispuso a acompañar a Josh a la enfermería.
—Quentin,
dale su recompensa a este buen señor y regresa enseguida —le
dijo el Gobernador alcanzándole un saco con monedas de plata—. Muchas gracias por la ayuda que le dio a nuestros muchachos
—agregó dirigiéndose al borracho.
—No
hay nada que agradecer, mi Señor —le respondió éste, bajando
la cabeza.
Quentin
y Josh lo acompañaron hasta las puertas y antes de llegar se
cruzaron con un soldado que corría hacia el establo. Josh se
despidió y siguió caminando con mucha dificultad hasta la
enfermería. Quentin le tendió el saco de monedas y el borracho
movió las manos, como si estuviera espantando una mosca.
—No
puedo aceptarlo, Señor Quentin.
—Tenga,
se lo ha ganado —insistió.
—No
lo hice por una recompensa, sólo quise ayudarlos.
—No
fue nuestra intención ofenderlo, no nos malinterprete, estamos
muy agradecidos por su ayuda —Quentin notó que el borracho
miraba alternadamente hacia la entrada de su casa y luego hacia el
gran disco plateado de la luna, mientras murmuraba algo que él no
podía llegar a entender—. ¿Cómo ha dicho?
—¿Quién
dijo qué? —preguntó a su vez el borracho, volviendo a fijarse en
Quentin. Dio
media vuelta, agregó— Que tenga buena noche, mi Señor.
—¡Espere!
¿Cuál es su nombre?
—No
tengo nombre, Señor —le dijo mientras se alejaba por la calle.
Quentin
lo vio marcharse, algo confundido. Miró hacia el cielo, buscando la
estrella más brillante del firmamento. A su lado brillaba, se
diría que con timidez,
una muy pequeña, casi imperceptible. Su estrella. Se detuvo unos
instantes a contemplarla y
una sonrisa se dibujó en su rostro al verla, como
cada vez que sus ojos la encontraban. Pero
luego
de unos segundos, recordó
que debía regresar
al establo.
—Bien,
cuéntanos —dijo el Gobernador ni bien Quentin ingresó. El
muchacho se sentó junto a su padre y comenzó a hablarles de lo que
había sucedido, desde la teatral entrada de los dos extraños hasta
que se encontraron con el borracho. Los dos hombres escuchaban sin
interrumpir y Quentin se detuvo solo cuando terminó de contarles
todo lo ocurrido.
—¿Dónde
sucedió? —Preguntó el Gobernador.
—A
dos calles del muro oeste y tres del muro sur. Quisimos evitar
la calle de entrada por la gran cantidad de gente que había.
—¿Cuándo
fue la última vez que vieron a su escolta?
—No
presté atención, Señor, cuando entramos venían detrás nuestro y
creo que aún nos seguían cuando giramos. No venían muy lejos, pero
no oímos nada extraño. No noté que no estaban hasta que, en
un momento, vi que Josh estaba muy herido. ¿Ya regresaron?
¿Saben algo de ellos? —Quentin miró
primero
a su padre y luego al Gobernador.
—Dos
de ellos han muerto. Santoro está inconsciente, lo llevaron al
cuartel.
Quentin
palideció de repente. La noticia lo había afectado tanto que, de
nuevo, tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no
caerse ahí mismo.
—¿Cómo
sucedió?— preguntó con voz débil y entrecortada.
—Por
lo que nos informaron los escuadrones que fueron a buscarlos...
—¿A
buscarnos? —interrumpió Quentin asombrado.
—Sí,
hijo, cuando los caballos regresaron solos, enviamos a buscarlos.
—Ah
los caballos... No vimos a nadie buscándonos.
—Quizás
buscaban en otro lado...
—Como
decía, nos informaron que los soldados fallecieron de un solo corte
en el cuello, los malditos los tomaron por sorpresa. Santoro está
muy herido, aún más que Josh. No sabemos si ha perdido un ojo.
—Me
gustaría verlo, debo-debo avisarle a Josh —susurró
confundido.
—Deja
muchacho, el hombre está inconsciente, ya podrás verlo cuando
despierte. ¿Dónde has dejado a los muertos?
—La
carreta está oculta en una callejuela, tapada de maderas y basura
que había en el lugar. Quedó ahí mismo, apenas la moví unos
metros. Supongo que aún no los han encontrado, puedo
acompañarlos... —dijo Quentin mientras se ponía de pie.
—Ya
vete a descansar, lo necesitas. Nosotros nos ocuparemos de eso.
Quentin
asintió y dejó el establo. Era una noche fresca y el brillo de la
luna llena iluminaba todo con un blanco color. Se detuvo unos minutos
a observarla y recordó la cancioncilla que había oído esa mañana,
aún sin estar seguro si había sido un sueño. Por lo sucedido
después, no había tenido tiempo para detenerse a pensarlo. ¿A
quién se refería? ¿Por qué lo había escuchado? Las preguntas de
pronto se agolparon en su cabeza, pero no podía responder a ninguna
de ellas. Se sentía muy desconcertado. Se quedó, sin embargo, unos
momentos más, disfrutando del silencio. Cuando logró aquietar el
torbellino de pensamientos que circulaban en su cabeza, se dirigió
al cuarto de enfermería donde suponía que aún se encontraba
Josh, y en efecto, allí estaba, acostado en un catre, quejándose
mientras una enfermera le terminaba de colocar los vendajes.
—Era
hora que vinieras —dijo malhumorado—, pensé que ya...
—Si
me recibes de ese modo, mejor me limito a pedir el informe a la
enfermera sin tener que verte el hocico.
—Es
broma —dijo sonriendo forzadamente—. No me gusta este lugar, sin
ofender, señorita, pero no lo soporto.
—Te
aguantas. Aquí pasarás unos cuantos días, según me han dicho.
Josh
resopló y cuando la enfermera los dejó solos, preguntó a Quentin:
—¿Tienes
alguna noticia? ¿Qué sucedió a la escolta? Sólo he visto a
mi madre, y sabe menos aún de lo que yo sé.
—Santoro
está en el cuartel, herido de gravedad, parece que aún está
inconsciente. Los otros dos han muerto, los tomaron por detrás, los
degollaron... los muy cobardes ni siquiera fueron capaces de
hacerles frente.
—¿Fuiste
a verlo?
—Tu
padre me dijo que mejor espere hasta mañana, de todas formas aún no
despierta. ¿Y tú qué? ¿Cómo te sientes?
—Como
si me hubiera pasado por encima una tropilla de caballos
salvajes.
—¡No
exageres! No será para tanto.
—Si
lo es
—rió Josh—. ¿Y tú como te encuentras?
—Creo
que entero... no me falta ningún dedo —dijo sentándose en una de
las sillas que había contra la pared, mientras se observaba las
manos, —tengo mis dos brazos, mi cabeza aún está pegada...
—¡La
cabeza! Ese si fue un buen golpe.
—Por
suerte la espada estaba bien afilada... —dijo quitándole
importancia.
—Aún
sigo sin entender que le sucedió al otro.
—Igual
yo.
—¡Pero
algo fue! —exclamó Josh.
Después
de unos minutos Quentin acercó la silla a la cama y dijo:
—No
repitas lo que te voy a decir. —Y bajando la voz agregó—. Creo...
creo que fui yo.
—¿Cómo?
¿Sabes utilizar la magia? —Josh no podía creer lo que su amigo le
decía.
—¡Baja
la voz, demonios! No, no sé utilizarla. A veces, en casos urgentes,
deseo que algo pase... y solo pasa.
—Pero
le rompiste el cuello, no debe ser algo fácil de hacer.
—Ese
mal nacido estaba a punto de matarte, Josh, no iba a llegar a él de
ninguna manera, estaba demasiado
lejos de ti y tenía al otro encima. No había nada que pudiera
hacer. Solo... solo deseé que le estalle el corazón o que se le
rompiera el cuello. Tuvimos mucha suerte de que sucediera.
—Sería
muy útil que supieras como usarla a tu antojo. Recuérdame
llevarte siempre conmigo, así me salvas el pellejo —bromeó Josh.
—No
es tan fácil. Lo he intentado, en muchas ocasiones, cada vez que
algo así ocurre... trato de repetirlo o hacer algo similar, pero
nunca pude.
—Alguien
debe haber que pueda ayudarte.
—¿Y
cómo se supone que lo encuentre? Ser un mago o saber de magia es
como ser, como mínimo, un monstruo. Nadie ve con buenos ojos a
alguien como yo. Por eso nunca lo he dicho y por favor te suplico que
me guardes el secreto.
—Despreocúpate,
no quiero perder a mi asesino personal —dijo Josh sonriendo.
—Josh,
no es broma. —Se quejó Quentin.
—Tampoco
es algo tan malo.
—En
tu opinión. Pero hoy maté a dos personas, a una de ellas sin
siquiera tocarla. —Quentin se puso de pie de un salto y comenzó a
mover las manos—. Imagina que nuestros padres supieran cómo
sucedió en realidad. Me enviarían lo más lejos que pudieran, al
Extremo Sur, o al medio del desierto Then
Kua ¿quién
sabe? Tesar
no es mala idea del todo, pero tampoco es que quiera dejar Sitnor
ahora.
—Deberíamos
ir a la Biblioteca, seguro hay algo que pueda ayudarnos.
—Todos
saben que preferimos otras cosas a los libros, así sea limpiar el
establo...
—Serás
tú, pero yo no —Josh tenía ese brillo en los ojos, el que
indicaba que ya tenía una idea de cómo salirse con la suya.
— ¿Desde
cuándo?
—Mmm...
—dijo rascándose la barbilla—. Desde que no puedo salir de aquí
por estar herido. Haremos esto: tú no vendrás mañana hasta el
atardecer. Todos saben que la paciencia no es una de mis virtudes, me
quejaré desde el amanecer de mi soledad y mi aburrimiento hasta
que alguien me sugiera leer. Seguiré protestando hasta que al final
cederé y pediré un libro de magia. O varios...
—¿Así
sin más? —preguntó Quentin.
—Sí.
Así sin más... Para cuando vengas a verme voy a haber convertido
este lugar en una biblioteca.
—¿Y
qué se supone que haga hasta el atardecer?
—No
sé. Quédate en el establo o ve a entrenar.
—Me
duelen músculos que no sabía que existían, no estoy para
entrenamientos —dijo Quentin riendo.
—Pues
te inventas algo, pero asegúrate de parecer entretenido, o mejor
aún, ocupado.
—Ya
veré como me las arreglo...
La
conversación continuó unos momentos más y luego Quentin salió del
cuarto de enfermería, miró al cielo y la luna seguía en la misma
ubicación: justo encima de su casa. Se detuvo algo extrañado, pero
el
cansancio le pesaba en la mente y en el cuerpo
para demorarse más tiempo, por
lo
que siguió caminando y recorrió los pocos pasos que lo separaban su
casa.
La
fortaleza donde vivían, había sido antiguamente la morada del Rey
de Sitnor, pero luego de la última Gran Guerra, hacía ya muchos
años, el último Rey decidió que luego de su muerte, los
habitantes de Sitnor elegirían a sus gobernantes, y serían los
mismos ciudadanos los encargados de juzgar sus acciones en caso de no
cumplir con sus funciones. La fortaleza, entonces, había sido
dividida en dos y acondicionada para alojar a las familias del
Gobernador y de su segundo al mando. El patio central estaba separado
de los jardines individuales por gruesos muros de piedra, y se
comunicaban entre sí por puertas de madera. Quentin llegó a la
que llevaba al jardín de su casa, cruzó el camino de piedra que
conducía al patio y decidió entrar por la puerta de servicio, que
daba a la cocina. El
ambiente dentro era pesado y cálido,
a pesar de que era muy tarde, y
había algunas velas agonizantes
en la mesa del centro de la habitación.
—Hola
hermano. —Una voz lo saludó desde la oscuridad.
—Demonios
Ara, vas a matarme de un susto un día de éstos —dijo llevándose
una mano al pecho.
—Es
muy tarde, ¿de dónde vienes? —Una niña de dorada cabellera
salió de entre las sombras.
—Del
establo. ¿No puedes dormir?
—No. —Ara se acercó y besó la mejilla de su hermano.— Apestas a
vino. Tienes suerte de que padre no haya regresado aún. ¿No tienes
calor con esa capa?
—Él
está también en el establo. Por la mañana fuimos al arroyo, y al
volver, pasando las puertas, nos atacaron. Tuve que quitarme la
camisa para vendar a Josh.
—¡Oh!
—La manzana que estaba comiendo cayó de sus manos—. ¿Cómo
está? ¿Y tú?
—Tranquila.
Josh tiene varios cortes, pero estará bien. A mí ya me ves... —dijo
Quentin abriendo los brazos y girando sobre sus pies.
—Pobre
Josh —se lamentó.
—Va
a recuperarse pronto. Dos hombres de la escolta murieron y Santoro
está inconsciente, muy herido.
—¿Quién
lo hizo?
—Aún
no lo sabemos. Eran dos norteños, a juzgar por el acento... —Quentin le contó a su
hermana menor
lo que había sucedido, omitiendo nuevamente lo referente a la muerte
del atacante de Josh.
Al
finalizar, Ara le dijo:
—Me
cuesta entender que ustedes hayan podido matar a dos sujetos, al
parecer, experimentados y mucho mayores.
—Nosotros
entrenamos desde que podemos mantener una espada entre las manos
—dijo Quentin con el orgullo herido,— no fue
solo buena suerte. No parecía que solo quisieran asustarnos, Josh se
ganó una buena colección de cicatrices y...
—¿Y
por qué tú no? —le cortó Ara.
—Él
estaba en un callejón, imagínate, contra la pared... era un lugar
bastante difícil para moverse con libertad, en cambio yo estaba
en el cruce de calles, podía moverme más —dijo mientras hacía
ademanes con sus brazos.
Ara
abrió la boca para volver a cuestionar a su hermano, pero éste ya
no quería seguir con la conversación, por lo que dio media vuelta
para retirarse. Le urgía quitarse esa capa llena de sudor, vino y
sangre seca. Cuando estaba llegando a la puerta, Ara le dijo:
—Ha
nacido.
Quentin
se detuvo y giró para mirar a su hermana.
—¿Qué?
¿Quién?
—Nuestro
hermano, ¿quién sino?
—¿Cómo
están? —De repente se sentía muy mareado.
—Están
bien, por supuesto. Ven, ¿quieres conocerlo? —dijo tomando su
mano.
—Espera,
iré primero a asearme, madre no debería
verme así.
—Sí,
tienes razón. Estaré en la habitación de abajo.
Ara
salió delante de Quentin y le soltó la mano al llegar a las
escaleras. El
muchacho
subió apresuradamente y en el descanso vio por el ventanal el
reflejo de la luna en un charco de agua que había en la empedrada
calle. Un
escalofrío le recorrió la espalda.
¿Sería su hermano "el hijo de la luna"?
—De
ninguna manera, no puede ser —dijo a media voz, tratando de
convencerse.
De
todas formas, su preocupación no desapareció. Pasó junto a su
puerta y caminó hasta la siguiente, golpeó pero nadie respondió.
—¿Noah
no ha regresado aún...? ¿O estará dormido? —se dijo.
Volvió
sobre sus pasos y entro a su habitación. Allí, se apresuró a
quitarse la ropa y dejó todo en un cesto junto a la bañera. Tomó
un poco de agua y comenzó a quitarse la sangre seca mientras buscaba
alguna herida en su cuerpo. Encontró un par de pequeños cortes,
apenas unos rasguños, por lo que se secó y buscó algo para
vestirse.
Se
sentía nervioso, aún tenía las palabras de esa extraña
cancioncilla resonando en sus oídos. Su hermano había nacido
ese mismo día, la luna seguía todavía encima de su casa, y vaya a
saber hace cuanto tiempo que estaba ahí, los extraños sujetos que
los atacaron y a los que dio muerte, dos de los hombres de su escolta
habían resultado muertos y él y Josh se habían salvado de pura
suerte. Tenía miedo que su hermano fuera diferente, temía que fuera
como él, pero al mismo tiempo se reprochó a si mismo ser tan
prejuicioso. Había tenido un día demasiado largo y ya estaba algo
malhumorado. Terminó de vestirse, abrió la ventana por si
regresaba su gato y salió. Bajó y se dirigió a la habitación de
la planta baja. Tomó aire y entró con toda la naturalidad que fue
capaz.
La
habitación estaba iluminada por unas pocas velas, sin embargo,
eran suficientes para ver con claridad. Su madre estaba acostada, se
veía algo pálida, pero su mirada irradiaba felicidad a pesar del
cansancio que su rostro reflejaba. Ara estaba sentada en una silla a
su lado, con el niño en brazos, sus ojos sonreían mientras lo
observaban.
Quentin
se acercó lentamente a su madre, le tomó una mano entre las
suyas y la besó, ella sonrió.
—Ven.
¿Quieres cargarlo? —preguntó divertida.
Él
se dio vuelta y miró al niño, Ara corrió las mantas que lo
cubrían. Era un hermoso pequeño; tenía el rostro hinchado y
enrojecido, pero recordó que ya había visto otros niños
apenas habían nacido, y lucían como él. Lo tomó en sus
brazos y pensó que de ninguna manera podía
haber
algo mal en su hermano. Era un inocente, frágil e indefenso ser
humano.
Sintió
que le transmitía una sensación de paz que no habría imaginado
poder sentir, y que tanto necesitaba en esos momentos. De repente
olvidó que hacía sólo unas horas había utilizado su poder, olvidó
que había apagado dos vidas. Ya nada le pesaba, había borrado de su
mente esos ojos de mirada fija que los traspasaban por completo
para mirar eternamente al infinito. Pensó que se sentía bien estar
con su hermano.
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